viernes, 18 de septiembre de 2009

¿DÓNDE HACEN EL AMOR LOS CARACOLES?

Como llevo un año parado y dos meses sin subsidio, canto trovas al Madrid castizo. No hago otra cosa. Así me sorprendí esta mañana en el chaflán más caro de la Gran Vía. Cerca, un mago de mucha confianza hizo desaparecer dos palomas, las mismas de siempre. Luego descubrió, en su lugar, un loro de plástico con plumas de mentira, algo descoloridas.

Tras un rato largo de frío y cansancio, en la funda de mi viejo acordeón sólo había calderilla de cobre y las dos monedas falsas que pongo siempre como cebo. Viendo aquella miseria, me dio por pensar en las cosas que no entiendo: ¿Por qué todas las noches, desde que me echaron de la constructora, sueño con caracoles? ¿Por qué irán siempre con la casa a cuestas? ¿Será para que no se la embarguen? No sé.
Ellos son felices.

Quizá por no hallar esas respuestas, o porque estoy en la sequía económica más absoluta, la mente, un poco huera, me llevó a los días de lluvia: huele a tierra mojada, los parterres de los bulevares regalan sus fragancias de mentas y jazmines, y las parejas corremos en busca de cobijo, en silencio, para que sólo despierte nuestra pasión y podamos fundirnos en el fuego del querer, pero ¿dónde, si la insolvencia nos niega techo, pan y jergón?

El día iba levantando. Olía a churros y café. Sin reparar en el entorno urbano, seguí con el paisaje que fluye cuando escampa: los viejos pasean arrastrando la contera del bastón, tal vez para marcar el camino de vuelta. ¿Dónde van a ir con lo poco que tienen, marginados por sus propias carencias, sufriendo el peso errante, cansino, de la vida? Así van también los caracoles, babeantes, unos detrás de otros, cargando con sus patrimonios. Pero estos, sin escrituras ni hipotecas, van tan contentos. Me gustaría dedicarles un vals en su cuarto, mientras hacen el amor, pero no sé dónde se meten. Además necesitaría seguir una partitura, y tan perdido como estoy...

Poco después, una brisa baja, rastrera, me devolvió a la realidad, pero sólo un poco. Por los perfumes caros, los bolsos finos y los trajes de buena marca, supe que pasaban delante de mí muchos adinerados. No tenían cara de gastar. Ni miraban. Entonces se amontonaron en mi cabeza el préstamo del piso y las letras devueltas del coche, los estudios inacabados y mi chica, la constructora y el desempleo. Supe que nunca tendríamos un domicilio fijo. Arrastraremos lo que somos para llegar a ninguna parte. ¡Como los caracoles! Pero ellos ya están acostumbrados.

En eso llegó el sol de mediodía. Menos mal, estaba entumecido. El acordeón, pesado y frío como un témpano, me vencía. Abroché los teclados y me liberé de él. Estiré la espalda y los brazos; luego puse las manos en cuenco y las calenté con el aliento.

El ilusionista, con la vista caída sobre la escasez de su platillo, se frotaba las piernas y el pecho para ahuyentar el frío. ¿Quién sabe si también el hambre? Toqué un poco más, pero
interrumpí los acordes de Españolerías, el chotis del mexicano Agustín Lara, al acercarse una manifestación. Se me avinagró el gusto al ver que la gente reclamaba a gritos un salario digno. Como si eso no fuese un derecho original, de nacimiento.

Pensé que con tanto barullo podrían estresarse los caracoles de mis sueños. Cada noche los veo deslizarse por la hierba fresca de las cunetas, con sus cuernos erectos, más sigilosos y concentrados cuando van a hacer el amor, porque lo hacen. Ellos sí que traen caracolitos al humedal. No necesitan préstamos para tener esas moradas peregrinas. Tampoco temen el hachazo del desahucio. Nunca serán víctimas del paro.

Cuando la mañana se hacía tarde, pasó una señora enjoyada. Otra más. Sentí como un zarandeo. En lugar de soltar unas monedas, o un billete, echó una mirada de asco a mi acordeón destartalado. Con limosnas así, sentencié, mi casa recién comprada pronto será objeto de subasta, habitada sólo por el vacío del embargo. Sentí algo así como las tristezas de todos los pésames.

Después de mucho meditar, he pedido al malabarista, amigo y vecino de acera, que nos convierta a mi churri y a mí en caracoles. Me ha dicho que mañana. Ya sólo necesito saber dónde hacen el amor estos bichos. ¿En la casa de él o en la de ella?


(c) Alejandro Pérez García

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martes, 15 de septiembre de 2009

YA ESTOY AQUÍ

Descansadero en Cañada Real -Colmenarejo- Ep. Felipe II

Acabo de regresar a Madrid. No sé si mi estancia aquí será definitiva, o tendré que volver a mi lugar preferido otra vez, y seguir allí reencontrándome con el trabajo diario, concentrado, que es la mejor musa que conozco. No sé, quizá me vuelva, sí. Los gatos, el perro, los conejos y los ratones me han desconcertado. Han montado tal guirigay en el patio, que no entiendo casi nada. Dicen unas cosas ¡más raras...! Será, digo yo, por los calores, que ponen las cabezas a cocer, las de los ratones, los perros, los gatos y los conejos, también. De las cartas del buzón no quiero ni hablar. Yo creía que los carteros descansaban en verano, pero no. Y encima me encuentro con unos remitentes que ni conozco. Creo que no las abriré, hay que cuidarse de los desconocidos; claro que algunos, después de conocerlos, merecen la pena. No sé. Ya veré.

Me gustaría contestar a todos (a los que no había contestado antes) individualmente, pero eso haría sumar demasiados comentarios a la lista y ¿para qué, siendo yo el mismo firmante? Os lo merecéis, es cierto, pero tenéis que entenderme, dadas las circunstancias... Lo haré en comunidad. Eso sí, intentaré seguir un orden:

A Javier y a Antonio, por desearme buenas vacaciones, cuando me las desearon, y por pedirme que volviera pronto. ¡Puñeteros! Eso es lo que sois, unos puñeteros. Sin embargo, estaba deseando veros. Otro día, más despacio, hablaré de “Cercle – Al otro lado de los Pirineos”, la novela de Antonio, y del verano. Os la recomiendo. No tenéis que agradecérmelo, pero os va a gustar. Ya me diréis.

A Carmen Silva y a David Nihalat, que han leido mi libro "Leña y Papel y otros cuentos" y dicen que les ha gustado. No sabéis cuánto me alegro. Yo también os quiero, y os elijo, igual que me eligió la vida, igual que vosotros elegisteis mi "patio" para charlar en vuestra casa con mis personajes.

A mis incondicionales (no hablo de literatura ni de lo bien que lo hacen), Emilio y al anónimo Port, que tantas veces se han asomado por aquí. Siempre han dejado su tarjea de visita. Unas veces evocándome la Sierra del Guadarrama, con la fragancia de "Las Rosas de Otoño", del jardín de Don Jacinto Benavente, siempre quieto, en la plaza de Galapagar, entre el Pivo y la Iglesia, entre el Ayuntamiento y El Buen Yantar, cerca de Colmenarejo, de Valmayor, de Las Tiestas Cabezas, del Monasterio de El Escorial, de la Jarosa y de Abantos; o haciéndome volar hasta mi Sierra de Gredos, que me recibió un día de febrero de no sé qué año, entonces, cuando nevaba. ¡Ni me la toquen! Gracias.

Gracias a Emilio, una vez más, porque, aunque no la conozco, me habla de Elvira. Hace años que la perdí, a otra Elvira, claro; y cada vez que oigo o leo su nombre mi mirada se hace navegable y mi corazón camina despacio, como si quisiera parar hasta volver a los años pasados, a los años felices de la infancia, en esos lugares abulenses donde me veo en el espejo de cada mañana, cada mañana un poco más lejos del tiempo.

También comenta Emilio, o Port, o los dos, algo de una pequeña intervención quirúrgica, una convalecencia y cosas de esas. No. Yo todavía me siento escritor, aunque ser, lo que se dice ser, no soy nada. Por eso creo que lo importante no es nuestra vida, ni lo que ocurre en ella. Lo importante es "pintar" el mundo como no es y que alguien se lo crea. Ese alguien puede ser sólo el propio autor, porque a veces ni en casa ni en la pandilla nos creen. Somos tan poca cosa que no sabemos trabajar solos: necesitamos un narrador, unos personajes que nos ayuden y un escenario ficticio donde contar nuestras mentiras. Será lo único que quede de nosotros, en cualquier cajón olvidado, después de que algún día no despertemos de la última siesta. Nuestros forros, como lo que envuelven, no son eternos. Pero eso ¿qué importa, si cada vez preguntamos menos por los ausentes?

Por ello, querido Emilio, no me digas, todavía, quién es ese fraile de no sé qué Abadía, donde se casará no sé quién, que vendrá... ¿de qué Galaxia? No me digas tanto. Acabo de llegar y no sé si podré con platos tan fuertes. No quiero que una mala digestión, aunque sea producida por manjares, me retire otra vez.

Mis recuerdos también a mi amigo Luis Martín, Luisito. Nos veremos un día de estos y ya te diré yo cuatro cosas por "meterte en camisas de once varas", como dices tú. ¿Cuándo te he querido yo a ti tan mal, que he pedido tu vuelta al trabajo estando de vacaciones? ¿Por qué alborotas así? Ya hablaremos. Será para bien, no te preocupes; nos conocemos desde hace muchos años y entre nosotros sólo hay colaboración y amistad de la buena.

Y ¿cómo no? Mi abrazo grande y fuerte de bienvenida a esta casa a Enrique Gracia y Soledad Serrano, dos maestros de la creación literaria, hablada y escrita. Con vosotros, todos seremos mucho más. Tomad posesión y lo que os plazca. Estáis convidados. Gracias por venir.

Y gracias a todos por recibirme otra vez. Aquí me tenéis de nuevo para lo que gustéis mandar, despacito y con cuidado ¡eh!