viernes, 23 de enero de 2009

LOS LIBROS DE EMILIO PORTA...



...SON REGALOS QUE CUESTAN POCO, PERO DE GRAN VALOR

Acabo de releer DESTINOS Y CABALLEROS (Ed. Sial/Narrativa) y DIARIO DESPERTAR (“Premio Oliverio Girondo” otorgado en 2005 por la Asociación Latina de Poesía y Narrativa), de Emilio Porta. Los dos libros han vuelto a dejar en mí una impronta profunda, como la que deja el arado cuando se hunde en la besana, que obliga a seguir con la labor; en este caso, con la obra de Emilio Porta. En su literatura el lector descubre a un autor con talento, inquieto, espontáneo, crítico y natural. Él sabe ver la vida a todo color, aunque luego la plasme en sus textos en blanco y negro. Pero es que así se da la oportunidad de regalarnos una lupa de sugerencias para que veamos nuestro destino y nuestro despertar con la policromía apetecida. Así es de generoso. Con todas esas cualidades, y más, creo que este autor es poco publicado y menos conocido de lo que él merece y muchos deseamos. De no rectificar a tiempo, ese será el pecado por el que algún día rezará mil penitencias el mundo editorial.

No. No voy a hacer más comentarios de estos dos libros tan maravillosos. Ya he dicho bastante. Mejor les invito a que los pidan en sus librerías habituales y compren varios ejemplares de cada uno de ellos. Les garantizo que no van a encontrar regalos más baratos con tanto valor. No hace mucho obsequié con los dos volúmenes a un amigo por su cumpleaños (es muy culto, con varias carreras, y además enseña Español en una universidad de Roma). A los pocos días me escribió un correo diciéndome que “Tanto Destinos y Caballeros como Diario Despertar son dos obras extraordinarias. Leerlas ha sido una verdadera goduria” (una verdadera gozada, un gran placer).

¿Por qué digo todo esto? Muy sencillo, porque es el sentimiento que han despertado en mí, otra vez, los poemas PARAISO y EL LENGUAJE del tan celebrado escritor Emilio Porta. Como lector agradezco la divulgación de esta expresión artística a la Revista Tirano Banderas (Nº 2), de Escritores en Red, Asociación Marqués de Bradomín. En Paraíso el autor juega con la versatilidad de las palabras y las utiliza como herramientas para construir con ellas la esencia de un sueño o la permanencia de un recuerdo, porque —dice— “No otra cosa es un poema (...) Y nadie lo sabe”. En el Lenguaje, el otro poema, concatenado al anterior, Emilio Porta nos hace sentir cómo el valor de la palabra se convierte en “El instrumento al servicio de la idea”, y califica el poder del Lenguaje como un poderoso creador, “Pues, desde el miedo y la necesidad, creaste la conciencia”, dice sabiamente. Todo esto no tendría más importancia que la conceptual, si no fuera porque sus contenidos tienen la capacidad de hurgar en la conciencia de la necesidad del lector, que puede verse “(...) Herido por el rayo de la luz, capaz de crear (...), de pensar y soñar”. Otra gozada, otro placer más alentado con las palabras, el lenguaje y los poemas de Emilio Porta.

También asistimos a la presentación de otro volumen de Emilio Porta, TOMO SECRETO, de gran profundidad, de mirada única y lectura obligada para quienes gustan de conceptos y sensaciones diferentes. Gozará en este espacio del comentario que merece. Y si es posible, disfrutaremos de una entrevista, en exclusiva, con su autor. De momento, como dijo Louise May Alcott, aprovecho para anticipar que es “Un libro que se abre con expectación y se cierre con provecho”. ¡No se lo pierdan! Ni éste, ni los otros.


Faustino del Monte

jueves, 22 de enero de 2009

CONDENADA A INSPIRAR ____(Cuento)


Siempre creí que mis cometidos en este mundo serían diferentes. Hay una adivinanza antigua que lo dice bien claro: “... a los muertos les doy luz...”. Ese debería ser mi fin, alumbrar en una sepultura cualquiera, o lucir en una palmatoria de loza fina, sobre sabanillas bordadas, en el altar de un santo con fiesta y novena. Pero no, nada más lejos. No estoy contenta desempeñando el papel que me han encomendado estos inventores de historias. Ellos no lo saben, pero yo soy un ser sensible, con cuerpo y alma. Mi materia es blanda, untuosa y perfumada. Mi alma es mi pasión, mi fuego, mi espíritu rutilante, que flaquea con los alientos de esos tertulianos dementes que amenazan con cambiar el mundo escribiendo palabras inútiles. Me gustaría protestar, pero no puedo. Esa es mi quimera.

Cuando aún estaba en los colmenares de mis orígenes, no podía imaginar que mi ser se consumiría en medio de un puñado de lunáticos, hombres y mujeres. Me compraron en una tienda de esas de “todo a casi nada” para que mi luz suscitase en ellos la recreación de universos diferentes. Amén de sus convicciones, su escritura no les da de comer y tampoco consiguen alimento para el gusano creativo que les reconcome cada instante. Sin embargo, entre ellos se quieren, y su público lee con atención sus textos. A mi también me gustaría, pero me tienen muy pesarosa.

No me agrada el uso que hacen de mí. Me gustaría escapar, por ser fiel a mis principios, pero no puedo. Me retienen porque dicen que yo les inspiro. No los creo, ni sé cómo luchar contra ellos. Otros escritores aseguran que su musa está en el güisqui, en los recovecos de mujeres ajenas y en los callejones de la mala vida, que —aseguran— es la mejor.

El otro día, en plena tremolina, se levantaron todos y me dejaron sola sobre la mesa de madera, suave por el manoseo y el frotar de las mangas de muchos días y tertulias. Al rato, se callaron. Silencio absoluto. Sólo oí el chorrear de líquidos sobre algún recipiente fino, de porcelana, de cristal o algo así.

—¿Pero quién se ha puesto a orinar ahora, en público? — me pregunté con palabras mudas.
Enseguida, alguien explicó:

—La sidra se escancia así. Todos beben del mismo vaso y los culines se tiran.

Luego me llegó un olor ácido-dulzón, pegajoso, propio de zumos y manzanas fermentadas, y les oí hablar de las tapas con que empaparon su bebida.

—El sabor fuerte de las patatas al cabrales invita a beber —dijo uno.

—Si, pues el picante de estas te hace sudar —añadió otro.

—Es lo típico del Principado —aclaró la camarera.

Y mientras los tertulianos andaban enfrascados con la sidra y los aperitivos, yo estaba sola, luciendo entre papeles sin sustancia. Estoy harta, por cualquier cosa me abandonan. Las hermanas que obran en los velatorios nunca sufren tanta soledad.

Lo peor de todo es que no puedo protestar, ni rebelarme como hacen los humanos cuando no están de acuerdo con el trato recibido. No puedo hacer nada. Ellos escriben mucho pero a mí me falta el don de la palabra. Si yo hablara les diría que me dejaran en cualquier oratorio, porque a mi no me han hecho para ser testigo de fantasías y mentiras: que si casan a una chimenea con una piscina, a un libro con una acacia... ¡Tonterías!

Estos escribidores se inspiran en cualquier cosa, pero ninguno se fijó en la sirvienta de la casa que, con mucho disimulo, se pegó a la tertulia. Seguro que obedeciendo órdenes de la jefa, preocupada por mi presencia centelleante. Arrastraba sillas y taburetes haciendo un ruido infernal; luego, acercándose más, fregó los azulejos del zócalo con una bayeta cochambrosa, empapada en agua bien cargada de amoniaco, quizá para que algún perturbado de estos perdiera el conocimiento y descubriera a que se dedicaban.

Aunque yo estuviese lejos, alumbrando con mi espíritu en el más allá de los muertos, me habrían inspirado los blasones colgados de las paredes, símbolos de tantas villas con ensalmo: Luarca, Cudillero, Castropol, Vegadeo, Navia... Todas con distintivos comunes: paisajes verdes, sus fabes, sus carnes y sus quesos, además del esplendor de todos los fogones con estrella: mariscos y pescados de la mejor factura, acostumbrados a competir con las corrientes de todos los mares; y, por último, lo mejor, sus gentes: afables, siempre dispuestas a servir y agradar. No sé si los tertulianos repararían en fuentes tan suculentas, tan profundas y llenas de inspiración. No dijeron nada.

Yo estaba casi ahogada en esas honduras, cuando levantaron la sesión. Poco después se perdieron entre el frío sereno, quieto, del Madrid de Quevedo, de Galdós, de Arniches, de Alejandro Casona..., de todos. Desconozco la identidad de las musas que les acompañaban.

Yo me revolví un poco en la oscuridad de la cartera negra, fúnebre, donde viajo siempre camino de no sé dónde. Me palpé. Estaba apagada, fría, seca, macilenta, y olía a responso sin plegarias. No pude hacer nada, sólo resignarme y esperar hasta otro lunes, cuando esos desequilibrados, inventores de historias increíbles, enciendan otra vez mi pábilo y me devuelvan a la vida de las luces, aunque sean de ficción. Quizá por eso, cualquier día de estos, los empiece a querer.
(Leido y celebrado en la Tertulia Literaria -itinerante- de Escritores en Red, Asociación Marqués de Bradomín, celebrada el 15/12/2008 en el Cafe Comercial, Gta. de Bilbao, 7. Madrid)
© Alejandro Pérez García
alejandroperez@erabradomin.org