sábado, 18 de abril de 2009

MI LIBRO, "LEÑA Y PAPEL Y OTROS CUENTOS"

José Ramón Trujillo, Emilio Porta, Alejandro Pérez y Miguel Ortega Isla

EL CALOR Y LA BUENA ACOGIDA DE UN PÚBLICO GENEROSO, AMIGO, SUSCITÓ EN MÍ SENTIMIENTOS QUE NO CONOCÍA. AGRADEZCO A LOS PRESENTADORES SUS PALABRAS LLENAS DE CARIÑO, CREO QUE EXAGERADAS. MI LIBRO, NO TENDRÍA TANTA LEÑA NI TANTO PAPEL DE NO HABER SIDO POR TODOS VOSOTROS . ¡GRACIAS!

Como estaba previsto, el pasado jueves, 16 de abril, se presentó en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles mi libro Leña y papel y otros cuentos.

Los escritores ejercemos nuestro ofico en solitario, cuando no quitamos tiempo a nadie y cuando nada ni nadie nos estorba. Nosotros solos, nosotros dos: primero la máquina de llenar papeles escribiendo al dictado de lo que fluye en nosotros, y después el crítico que llevamos dentro, que no nos deja vivir, pero que es imprescindible para dar vida a nuestros personajes y transmitir la realidad imprescindible a los escenarios evocados. Nadie más, bueno sí, nuestras manías. Quizá por eso, porque estamos siempre así de solos, es por lo que me impresionó sobremanera ver a tanto público pendiente de mí y de lo que había escrito en mis retiros insomnes.

Confieso que fue un acto emocionante. Nunca había experimentado antes tantas muestras de adhesión y cariño. O, al menos, no recuerdo cuándo fue la última vez. Creo que no merezco tanto. Me veo oligado a llevar mi agradecimientos por doquier, pero no sé cómo.

Soy consciente de que, entre plumas y teclados, la palabra escrita es para mí una moneda de pago -donde me la admiten- y el mejor medio de expresión. Por eso, voy a servirme de ella, como tantas veces hago.

Los profesores, aunque ya sé que a escribir no se enseña, juegan un papel muy importante en la madurez del escritor, luego las lecturas y las inquietudes propias completan nuestro bagaje. En eso, el escritor se diferencia poco del profesional que nos ayuda a subsistir, que también va con nosotros.

Es cierto que escribimos solos, pero estamos rodeados de la relación permanente que impone la convicencia en el caminar cotidiano. La familia del escritor, o quienes conviven con él, son compañeros de viaje muy importantes. Si ellos consienten y comprenden las ausencias al otro lado del tabique, nuestros silencios serán productivos.

Los talleres, los tertulianos amigos y los lectores que devoran nuestros textos antes de ponerlos el punto final, completan -no sé si en su totalidad- nuestra singladura creativa. Hasta aquí, todo lo había sufrido y gozado antes, pero la experiencia de la presentación, por ser la primera, fue algo novedoso para mí, emocionante, como no me cansaré de decir.

Me impresionó la intervención de los presentadores: Emilio Porta, a quien he nombrado mi "padrino" literario, porque nos bautizó a mí y a mi libro con palabras benditas; Miguel Ortega Isla, presidente de la otra Asociación a la que me honro pertenecer, Escritores en Red - Asociación Marqués de Bradomín, que hizo una semblanza acertado de mi "metamorfosis" como escritor; y, por último José Ramón Trujillo, representando a Sial Ediciones, que, confiando en las recomendaciones del Padrino, se atrevieron con la leña de un arbol sin sitio, que recobró la vida para convertirse en papel editado, en cuentos para leer, que llegarían a los lectores presentes de la mano de Raquel (a la que no pude ni saludar; lo siento, perdóname). No hubo para todos, pero todos lo tendrán.

Después, con la vista en la sala, se me helaron las venas cuando la ví llena. Había muchos amigos de pie. Entre todos, vi a familiares que, por vivir lejos, no esperaba: mi hermana Beni, ¡cuánta gerrita daria para conseguirlo! Y yo sin enterarme. Igual que Don Ramiro, el MAESTRO (con mayúsculas ¡eh!) que me eseñó a disfrutar con el estudio de la Gramática; éste también vino desde El Barraco -mi pueblo- con el señor alcalde, José María Manso González, que tampoco quiso perderse la fiesta del feliz alumbramiento. Los dos me dedicaron palabras llenas de cariño, que todavía, cuando pienso en ellas, me nublan la vista y me arrugan el gesto. Igual fue la intervención del académico José Alberto Rodiguez Zazo, para el que tuve el honor de escribir la crónica de su investidura, hace ya muchos años. También estaba mi profesora Montserrat Cano Guitarte; a ella le debo mi aficción al relato corto; me quitó, a veces con mucho dolor, la costra de corresponsal local, de descriptor de vivencias rurales, cuyo vocabulario reñía muchas veces con el exigido por la narrativa moderna. (¿Te acuerdas, Montse? ¡Qué pelea! Gracias, por casi conseguirlo.)

Gratamente sorprendido, ví entre el público, bajo los retratos de escritores ilustres de épocas pasadas, a mi compañero de la Escuela de Escritores Carlos Marull, un narrador estupendo, y a Marta, Martita, de la Universidades Mississippi, que también quiso calentar mi Leña y Papel a pesar del tiempo transcurrido. Tampoco faltaron los tertulianos con quienes, además, comparto espacio cibernético en Escritores en Red - Asociación Marqués de Bradomín: Milagros Salvador, Mila Aumente, Santiago Solano (el jefe), Valeriano Franco... (si se me olvida alguno, decídmelo, por favor).

Claro, también estaban mis mujeres: mi Begoña, mi Estíbaliz, mi Beatriz, y mi peña ("la cabra, la cabra...") y mis compañeros de los números, de todos los números, incondicionales siempre: Alfredo, Fernando, Dioni, Jorge, Rincón, Ibáñez..., Paquito, Javi, el otro Javi, Adelaido, Dionisio, Saturnino, Víctor, Eugenio, Mariano, Marisa... ¡Qué gozada! Perdonadme por citar a tantos y perdonadme, también, si me olvido de alguien. Imposible, citar a todos.

La guinda de esta tarta, dulce, maravillosa, me la sirvió el personal de la Asociación de Escritores cuando nos íbamos, después de firmar el último libro, pasadas las diez y media de la noche. Me dijeron que me habían llamado de Roma... Don Guillermo, ¡sí eso es! Don Guillermo Martín Rodriguez, pero que ya estaba el acto empezado y no pudieron avisarme. Don Guilermo es para mí, como Don Ramiro, un ser especial, una fortuna inmensa que a veces pienso que debería compartir con otros amigos a los que también quiero y me quieren. Qué bueno sería que sus cualidades tuvieran presencia universal. No, no puede ser, por ahora. Soy feliz presumiendo de ellos, recordándoles y poniéndoles de ejemplo en los ambientes que frecuento. Qué detalle el de Don Guillermo, acordarse de mí en ese momento, con lo ocupado que está siempre con sus traducciones, sus libros, su universidad... ¡Qué suerte tengo!

Agradezco a todos, a los citados y a los anónimos, vuestra presencia tan cercana, cálida. Como dije en la presentación, sin vosotros, que me habéis ayudado a llegar hasta aquí y que sois los destinarios del libro, mi Leña y papel y otros cuentos sólo sería un montón de folios, amarillentos, en el fondo de cualquier cajón. No será así, porque habéis querido que estos relatos vean la luz y sean patrimonio -no sé si bueno o malo, vosotros lo diréis- de todos.

Y puestos a gradecer, no puedo olvidarme de los medios de comunicación que se han hecho eco de la noticia. Ediciones digitales:

Sociedad Digital: http://www.sociedaddigital.es/ El Informador Cultural: //http://elinformadorcultural.wordpress.com/2009/04/13/presentacion-del-libro-lena-y-papel-y-otros-cuentos-de-alejandro-perez-garcia/) el Diario de Avila (http://http://www.diariodeavila.es/noticia.cfm/Vivir/20090415/alejandro/perez/presenta/ma%C3%B1ana/madrid/libro/le%C3%B1a/papel/otros/cuentos/A5B35094-1A64-968D-59D1AB8CBD7ECCC3 buscar en hemeroteca: "Alejandro Pérez presenta en Madrid Leña y papel..." 15-4), Aviladigital: http://www.aviladigital.com/subseccion/subseccion2/fichaNoticia.aspx?IdNoticia=98943. En sus ediciones impresas: el Diario de Avila (Sec. Panorama) 15-4-09 y La Razón de Castilla y León (Sec. Las caras de la noticia) el 16-4. Asímismo verésis comentarios, que agradezco sinceramente, en los blogs de Basilio Rodriguez (http://editorenvilo.blogspot.com/), Mila Aumente (http://milaaum.blogspot.com/), Javier Ribas (http://javierribas.blogspot.com)/ y en el Blog de Todos (http://erabradomin.blogspot.com/).

¡Ah!, gracias también a Silvia, la fotógrafa oficial, y a las particulares Estíbaliz y Manoli. Ya me olvidaba de ellas. Gracias a sus objetivos este acto, ya pasado, estará presente en la posteridad.

Gracias a todos, repito, porque esta actividad solitaria, sin vosotros que me ayudáis con la fuerza de vuestro cariño, sería un trabajo vano. ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS..!

viernes, 3 de abril de 2009

OTRA MIRADA


El desconocido estaba detrás de la Colegiata, frente a la sucursal de una Caja de Ahorros, en el interior de un Fiat viejo, tan sucio, que casi no se distinguía la matrícula ni el color de la pintura. Su apariencia, maloliente y desastrada, era impropia de un joven como él. ¿A quién importaba eso? No tardaría nada. Él sabía.

El agente que patrullaba, sorprendido, se dirigió a él con intención de amonestar.

—Lo que está haciendo es una tontería, amigo. ¿Para qué quiere usted eso?

“Si tú supieras, so tarugo, las tonterías que yo he firmao con esta recortá” —pensó antes de responder, un poco desconcertado por la inesperada visita.

—Sólo la llevo por si acaso. No está cargá.

—Salvo algún maleante que nos visita de tarde en tarde, aquí la ciudadanía es gente de bien. ¿Tiene usted licencia de armas?

—No la necesito. Nunca la he usao. Ya se lo he dicho, sólo la llevo por si acaso.

El policía, por las sospechas que le surgieron, y sobre todo ante el descubrimiento de un arma sin permisos, tuvo que cumplir con su obligación.

—Tiene que acompañarme a la Comisaría. Si descubrimos que ha cometido usted cualquier delito, con arma o sin ella, le aconsejo que se encomiende a Dios, porque va a necesitar mucha ayuda, y de la buena —dijo el policía, subiéndose la cremallera del anorak mientras miraba de reojo los nubarrones movidos por el viento mañanero.

El sospechoso salió del vehículo sin ninguna resistencia y entregó el arma al agente cuando éste hizo ademán de pedírsela.

—Tome usted. Y, por favor, a mi no me hable de Dios ni de lo maravilloso que es. Si existiera no habría consentío que yo, y otros como yo, estuviésemos tan tiraos por el mundo, sin casa, sin dinero, sin comida...

El agente no dijo nada. Cuando llegaron a las dependencias policiales, que estaban cerca, dejó al joven bajo la custodia de un compañero, en un cuarto que olía a letrina, mal alumbrado y casi sin muebles, al final del pasillo.

No tardó en volver con un legajo de informes.

—Bien. Hemos averiguado que acaba de salir de la cárcel —dijo dirigiéndose al desconocido, ya identificado, mientras soltaba los papeles sobre la mesa y se sentaba en la única silla libre, toda de madera, pintada de gris.

—Sí, pero yo no soy un asesino, no valgo pa´hacer daño a las personas. Mis fechorías no son graves, sólo hurtos sin importancia, lo justo pa vivir como he vivío, abandonao desde chico.

—Sin importancia ¿dice? Atracos en bancos y gasolineras con intimidación, robos en supermercados, tirones y desvalijamiento de cepillos y limosneros en iglesias y catedrales. ¿Le parece poco? Ahora mismo está en paz con la justicia, pero tengo que retenerle la escopeta y sancionarle. Firme aquí...

El desconocido, que como supo la policía se llamaba Juan Cruz, firmó los papeles sin objeción. El agente siguió con su arenga.

—No puedo detenerle, pero le digo lo de antes: encomiéndese a Dios y que Él le guíe. Puede irse.

—Dios, otra vez Dios, pero si ese Dios suyo, tan maravilloso, no existe, y Él seguro que lo sabe —refunfuñó sin mucha convicción.

Cuando salió estaba muy nublado, hacía frío y tenía hambre. Los bancos y los comercios ya estaban cerrados. La chaqueta, andrajosa, no tenía bolsillos, y los del pantalón estaban rotos. Pensó que lo mejor sería refugiarse en la Iglesia. Quizá allí, con un poco de suerte, solucionaría el problema de la comida y el de otras carencias.

Cerca de la puerta, una mujer mayor, con la vista extraviada, arrastraba los pies y tanteaba el suelo con un bastón, intentando con dificultad salvar los escalones del pórtico. Juan Cruz, antes de fijarse en el bolso de la anciana, se miró a sí mismo y pensó: “Pobre vieja. Echar una mano a esa ruina sí que debe ser maravilloso, por lo menos para ella. Por una vez...”

Ayudó a la señora y vio cómo, ya dentro, se sentó palpando en un reclinatorio y se puso a rezar. En esos momentos, Juan se acordó de los frailes del orfanato, de sus lecciones y su bondad, de su palabra cariñosa y su gesto apacible... A la vez experimentó en él algo insólito: alegría, mucha alegría, y ausencia total de hambre y frío. Se sentó en el suelo, en un rincón del zaguán, con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos, disfrutando de aquel estado de paz.

Cuando vio que salía la viejecita, fue a su encuentro para ayudarla otra vez.

—Me da en la nariz que eres el mismo indigente de antes ¿verdad hijo? Toma, guárdate esto y no digas nada. Reflexiona. Piensa que el bien sólo se consigue dando. A ver si lo entiendes y te queda claro.

Cuando Juan Cruz volvió al rincón, abrió el sobre de la invidente. Contó los billetes con disimulo. Había más de lo que él necesitaba. Sintió los escalofríos de la emoción dentro de él y su mirada se inundó. Quedó embargado por una sensación de pesar y de satisfacción a la vez. Convivían en él el recuerdo de un pasado oscuro y los primeros pasos de un futuro diferente.

Luego, más tranquilo, salió a la calle y, poco a poco, empezó a ver un horizonte despejado y un día más amoroso, más cálido y agradable.

(c) Alejandro Pérez García