Juan Luis salió a media tarde de un día de mayo. Atrás quedó el chirriar de cerrojos y cancelas, pero no olvidaría la presencia implacable de cámaras y guardianes. No debió entrar, y menos quemar en aquellos reductos cinco años de ardorosa juventud, sin su Ana del alma, tan añorada en los apagones de la noche. Ella cumplía en la capital, y también daría cualquier cosa para reunirse con su amado. No merecieron eso; estuvieron muy lejos de los males achacados.
Los que pusieron a Juan Luis en el brete estaban esperando, como quien quiere compartir la alegría de un rayo de sol o las caricias de una brisa después de un largo vacío, sin amor, sin afecto, sin comunicación... Le ofrecieron dinero, armas y un puesto privilegiado en la dirección del comando. Era lo menos, después de pagar por todos y dejar de propina las vueltas del silencio.
Juan Luis se quedó pensativo, con un gesto de atención que los camaradas no entendieron. Tenía que escuchar su otra voz, la voz con la que mantuvo tantas y tantas charlas en la mudez de la celda. “No aceptes —le dijo—. Una mujer te espera en Madrid”.
(C) Alejandro Pérez Garcia. Inscrito en el R.P.I.
Los que pusieron a Juan Luis en el brete estaban esperando, como quien quiere compartir la alegría de un rayo de sol o las caricias de una brisa después de un largo vacío, sin amor, sin afecto, sin comunicación... Le ofrecieron dinero, armas y un puesto privilegiado en la dirección del comando. Era lo menos, después de pagar por todos y dejar de propina las vueltas del silencio.
Juan Luis se quedó pensativo, con un gesto de atención que los camaradas no entendieron. Tenía que escuchar su otra voz, la voz con la que mantuvo tantas y tantas charlas en la mudez de la celda. “No aceptes —le dijo—. Una mujer te espera en Madrid”.
(C) Alejandro Pérez Garcia. Inscrito en el R.P.I.