El que da la espalda a los demás, ni la sombra le cobija Hubo una vez un hombre que quería llegar lejos. No le importó dar la espalda a los amigos cuando, de rodillas, suplicaba influencias para sobresalir más que ellos.
Los destinatarios de sus solicitudes agradecían las reverencias, pero estaban tan ocupados en asegurarse sus propios brillos, que desoían las aspiraciones de ególatras sombríos.
Así, aquel aspirante sin escrúpulos, ansioso de encontrar el camino al mundo de la fama, nunca recibió los favores pretendidos. Harto de regalar elogios, volvió a casa. Esperaba cobijarse en la familia y tener el consuelo de sus amistades; pero quedó muy contrariado, casi ofendido, al ver que todos le despreciaban.
Para aliviar la sofoquina de su descalabro, se sentó bajo un almendro, justo el único del parque que no daba sombra. Los demás ya estaban ocupados.
Los destinatarios de sus solicitudes agradecían las reverencias, pero estaban tan ocupados en asegurarse sus propios brillos, que desoían las aspiraciones de ególatras sombríos.
Así, aquel aspirante sin escrúpulos, ansioso de encontrar el camino al mundo de la fama, nunca recibió los favores pretendidos. Harto de regalar elogios, volvió a casa. Esperaba cobijarse en la familia y tener el consuelo de sus amistades; pero quedó muy contrariado, casi ofendido, al ver que todos le despreciaban.
Para aliviar la sofoquina de su descalabro, se sentó bajo un almendro, justo el único del parque que no daba sombra. Los demás ya estaban ocupados.
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