martes, 9 de agosto de 2011

1 DE MARZO DE 2002 - DIARIO DE UNA RUBIA

Haber estado registrada en muchos cajones me permite tener varios fondos


¿DÓNDE ESTOY, POR QUÉ, QUÉ HAGO?

Me explico...

Estoy aquí, en una rendija, entre las junturas de los mármoles del mostrador de un banco, con la vista puesta en las ventanillas de caja, por donde pasarán los clientes para traer y llevar, por donde yo misma pasé tantas y tantas veces para quitar y poner en los saldos de las cuentas. Desde aquí, en este exilio de salvación, iré tomando el pulso a la vida.

Estoy donde estoy por un descuido. Falté a la lista final de la recaudación y destierro de toda mi estirpe, el primer día de este año. Me alegro. De no ser así, ahora estaría camino de cualquier fundición para ser transformada en una incandescencia cualquiera, para ser lámina de quién sabe qué: quizá de hojalata mala, de esas que con el tiempo acaban poniéndose roñosas y feas. No. Mejor así, aunque muera de soledad y abandono. Prefiero la quietud del olvido antes que estar rodando entre las miserias del deseo.

Aquí estoy calentita. Escucharé con atención los comentarios de los que esperan en las colas, y así me enteraré de lo que pasa en el mundo. Anotaré lo que me apetezca, lo que más me llame la atención. Pero no me limitaré a relatar sólo lo que oiga; desde aquí veo también la calle a través de unos grandes ventanales, por donde me llega la luz hasta las ranuras de mi canto.

Eso me servirá las colaciones del acontecer exterior, que yo, gracias a la distracción o al desprecio que sintió algún ramplón por mi exiguo y extinto valor, iré contando como pueda y me dejen. Amén de lo que oiga y vea, guardo en el magín largas historias y ocurrencias sabrosas. Los días festivos, que el banco no abre y no tendré contacto con la parroquia, igual que en jornadas aciagas, plomizas, desiertas de sustancia y llenas de sinsabores, echaré mano de esas vivencias añejas que tanto gustamos de revivir y contar.

Unas veces escribiré con estilo refinado, académico y palaciego; y otras —según me dé— con palabrería barata, barriobajera, de la de andar por las cantinas, que se parece mucho al argot de las solanas del arrabal. Es lo que tiene esto de haber estado registrada en tantos cajones. Sin querer, se pega todo: la finura y el postín, el casticismo y la ordinariez.

Así hasta que llegue mi fin, que llegará. Ojalá no sea duro.

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