miércoles, 6 de noviembre de 2013

"EL GUANTE VERDE", UNA NOVELA DE MILA AUMENTE


CONMOVERÁ A UNAS Y SORPRENDERÁ A OTROS

Conocí a Mila hace muchos años. Los dos rompíamos la timidez literaria en los talleres de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, de la mano de la profesora, hoy nuestra amiga, Montse Cano. Mila era la primera de la clase, y deshizo el silencio con un cuento lleno de imágenes y emociones. En aquella pieza había un elemento significativo, con mucha fuerza, de esos que cautivan para siempre. ¿Saben de qué hablo? ¡De un par zapatos!  Y ¿saben de qué color eran aquellos zapatos? ¡Eran verdes! Sí, señores, verdes, como El Guante que ya está en las librerías más importantes de España, y quizá pronto en las de Egipto, Londres y  Australia.

Pensarán que se trata de una manía, de las muchas que tienen los escritores; no, nada de eso. El verde es un talismán en el oficio de Mila. Además de sinónimo de esperanza, es símbolo de vida y de la transformación auténtica que la define como narradora. O si lo prefieren, considérenlo como una metáfora que relaciona a nuestra autora con la superación permanente, hasta deleitarnos con la madurez exquisita de sus frutos literarios. Así es El funeral de un cobarde, su novela del año pasado; así es El Guante verde, la novela que hoy pregonamos, y así son sus relatos y los micros que nos regala con frecuencia en Facebook. Todo es un compendio transparente, como el aire que respiramos: con suspiros de realidades y alientos de fantasía.

Toda su obra es espontánea y natural, pues prospera con el fluir cotidiano; y a la vez intensa, porque no se detiene en el aspecto insustancial de lo anecdótico. Cala con fuerza en el espacio emocional, despertando en cada destinatario inquietudes diferentes. Unas serán objeto de nuevas percepciones existenciales, otras servirán para modificar convencimientos que antes creíamos indeformables. Sí, Mila hunde su palabra en la corteza humana, profundiza y deja su mensaje de manera sencilla. Hacerlo tan fácil es muy difícil.

El guante verde es una novela construida con el conflicto particular de más de cincuenta personajes, casi sesenta,  que dan sentido a una historia central. Todos, desde la protagonista hasta un taxista que pasaba por allí, evolucionan mientras perfilan estelas íntimas que sobrecogen al lector. Para conseguir eso, dado el andamiaje anímico de cada uno de ellos, Mila ha hecho un trabajo magistral: ha dado vida a esa legión de actuantes, incluida María, una psicóloga que interpreta en sí misma la contradicción y la inconformidad del mundo actual. Luego, después de seducirlos a todos en un entorno afín y atractivo, ha ensamblado, con precisión verosímil, esas piezas palpitantes, individuales, construyendo una estructura circular, donde nada queda suelto, donde continuas evocaciones retrospectivas dan vida a un sin vivir de amores y desencuentros.

Pero El guante verde no es una novela rosa, aunque puedan catalogarla así quienes no reparen en las entrañas del argumento. Entre penas y alegrías, Mila nos lleva —más allá de cualquier frivolidad— a encontrarnos con nosotros mismos. Prueba de ello, es la reflexión que nos regala de su puño y letra. Plantea “... si realmente existen las diferencias emocionales entre los seres humanos, o quizá solo nos diferencia el momento vivido o la situación creada”.  Cuando un texto contiene estas incursiones inteligentes, merece una etiqueta conceptual brillante, filosófica, lejos del mero entretenimiento que a veces buscamos en la Literatura.

Por todo ello, El guante verde, igual que su novela anterior, no termina con el punto final. Deja en la mente del lector la silueta de una mirada diferente,  concebida allende otros horizontes. Es la singladura que nos propone Mila para luego, con un ritmo trepidante y haciéndonos tropezar con desatinos propios, mostrarnos con sosiego lo convencional, donde aparecen embaulados los recuerdos que inspiraron nuestra biografía. Así nos deleita con una voz narrativa estética, ingeniosa y sensible, siempre al servicio de la trama. La calidad de ese estilo hace posible una comunicación fluida y eficaz, que nos deja recuerdos indelebles y una definición clara de lo que es el arte de crear y contar.

Así es la obra de Mila. Así es El guante verde, un libro con mucho talento, para todos los gustos, tanto los que prefieren la evasión —como antes decía— o los que buscan contenidos sutiles. Es una novela de hoy para siempre, superior a muchos títulos que están en las listas de superventas. No tengo ninguna duda.


Por eso recomiendo comprar y leer El guante verde. Y cómo no, todo mi cariño y reconocimiento a Mila, que ha abierto un nuevo capítulo en su trayectoria de escritora importante. ¡Que lo es!     
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domingo, 22 de septiembre de 2013

DIARIO DE UNA RUBIA

"Aquí mando yo y se hace lo que yo diga"


10 de Marzo de 2002 – Domingo.


Hoy no trabaja nadie. Yo tampoco. No me apetece. Además, a mi no me pagan, ni por esto ni por nada. Rezaré un poco a San Carlos el Duro por las rubias mártires, que dieron su vida a favor del €uro y la erradicación del pasaporte dinerario. Sí. Eso es lo que haré. Y ya está.


11 de Marzo de 2002 – Lunes.

Hoy puede ser un gran día pero, como he leído en algún sitio, seguro que alguien lo estropea. No es que yo sea una agorera, pero suele pasar.

¡Mira por donde! ¡Acaba de entrar! No le nombro porque sería como nombrar al mismísimo diablo. No quiero darle la oportunidad de decir “yo no soy ese”. Solo pondré nombres y apellidos a los que se distingan por algo honroso.  Todos están en mis pensamientos y, dependiendo de mi estancia aquí, aparecerán o no en estos comentarios.

El recién llegado no tiene nombre. Tampoco tengo a mano un adjetivo que le califique como merece. Fue jefe aquí durante muchos años, pero no dejó amigos. Su trabajo no se correspondía con el sueldo que cobraba. En horario pagado por  el banco hacía trabajos extras en otras empresas, que cobraba aparte. Sin embargo él no consentía que sus subordinados tuvieran un pluriempleo en su tiempo libre.

Siempre utilizaba su mal trato y el esfuerzo de los demás para sacar brillo a sus medallas. Las horas extras de los empleados eran para él una herramienta de premio y castigo. Si uno estudiaba o se iba de pesca y no hacía horas, le intimidaba.

—Usted tiene que estar disponible para el banco, y si hay trabajo tiene que hacer horas.

Por el contrario, si otro, por su situación económica, necesitaba  las extras, no permitía que las hiciera, o se las daba como favor a cualquier precio.

Fue torpe, muy torpe. Sus superiores sabían bien como era, algunos se sentían complacientes con su comportamiento. Sin embargo, bien conocidas sus tretas, no llegó donde pretendía. Se quedó a mitad del camino. Nadie le apreciaba; bueno sí, los que sacaban partido de sus fechorías.

Los empleados le trataban como se merecía, siempre que era posible. Si se convocaba una huelga, esta sucursal registraba uno de los   índices más altos de participación, y cuando por cualquier motivo se organizaba una comida de hermandad o institucional a la que él, por razón de su cargo, no podía faltar, sus maltratados no asistían.

Es una pena que haya sujetos así. Por suerte, no hay muchos. En el trabajo son lo que permite el cargo, pero sin etiqueta no son nadie. Cualquier sonrisa que reciban será siempre un exceso. Así, pasean la nimiedad de sus valores por los ambigús de la nada, viendo solo las espaldas de cuantos tuvieron el infortunio de padecer sus vilezas.

Yo solo soy testigo de opiniones objetivas. Nada me deben. Aunque deberían dar las gracias por la elegancia del anonimato y por no dar detalles de cuanto dicen de ellos. 
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martes, 16 de abril de 2013

DIARIO DE UNA RUBIA



9 de Marzo de 2002 – Sábado

Nunca podía imaginar que por tenerme en abundancia, o por escasear en los momentos de apuros, fuera a crear tantos problemas a pudientes y desheredados. Todos me adoran. Los primeros, cuando me acarician en cifras altas, se creen los reyes del mundo, y con mi peso quieren aplastar la dignidad de los más pobres. Estos, que no me tienen, se pasan la vida pensando en cómo se harían ricos; solo para ponerse a la altura de sus superiores, estar en situación de iguales y tutearlos. Menos mal que eso no pasa todos los días. Pues el pobre que se hace rico, en la mayoría de los casos, acaba desgraciando su identidad, pierde la ilusión de ser y se convierte en esclavo de sus avaricias.

Todavía no sé qué pasa por las proximidades de mis confines. Ahora me fijo y cuento algo.

Ya dije ayer que los quehaceres en estas cuatro paredes son muy aburridos. Hoy está todo muy revuelto, pero eso no divierte. Los gestores de clientes deben haber llamado a los titulares de algún fondo para que lo cancelen e inviertan en otro depósito; no será el que más rente al ahorrador, sino el que más convenga al amo. Eso no se dice. Habrá que venderlo como sea. Pero como sea será difícil. Pues ya he visto y oído cómo algún cliente —más de uno— ha protestado levantando la voz porque sus millones (eran pesetas) no han ganado lo que le dijeron. El que acaba de salir se quejaba de que pierde en todo: en aquellas acciones que le vendieron, a traición, como buenas; en el plan de pensiones, que le aseguraron sería la panacea de su vejez; en una banasta de fondos, que era lo mejor que había, y hasta llevaba un seguro dentro. Todos igual, pero todos tragan y vuelven a fiarse de la seriedad de quienes les atienden, que es lo más valioso de este negocio monetario, tan sucio siempre.

Un empleado del departamento de riesgos ha salido al registro. Ha comprobado la propiedad del solicitante de un préstamo. Todo está en regla, aunque pendiente de inscribir la cancelación, reciente, de una hipoteca. Viene contando que el fulanito, el empleado que le ha atendido, al que todos conocen, está irreconocible. Es un chaval joven que ha perdido más de veinte kilos, no porque tuviese problemas de salud sino por estética. Se veía feo de gordo. Hay que ver el hambre que pasa la gente para gustar a los demás. Esto lo digo yo.

Los jefes también andan locos y amargan la vida a los currantes. Quieren que además de captar dinero hagan seguros de hogar. Pocos saben cómo se come eso. ¡Ya ves! Los agentes de seguros, los de verdad, emplean una buena parte de su tiempo en formarse. Ya me dirán qué explicaciones puede dar un bancario, sin ninguna formación específica, a un futuro asegurado. Qué falta de responsabilidad, la de los altos cargos. Con tal de trincar.
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